miércoles, 3 de agosto de 2011

Luz en la penumbra II

 
«Eres igual que tu madre, eres una inútil, ¡¿de dónde has sacado toda esa mierda?!» Él le agarró fuertemente por el brazo « ¡Suéltame, me haces daño!» « ¡Cállate, niña!». La situación se te estaba yendo de las manos, te superaba, los nervios se apoderaron de tu ser… Como si de un impulso se tratase, la cogiste en brazos y la llevaste a su dormitorio. «¡¡Estás loco!! ¡Gritaré para que venga la policía! ¡¡Te pudrirás en la cárcel!!». Entonces llegó lo peor… La asfixiaste con la almohada, sin sentir pena alguna. ¡¡Era tu hija!! ¿Te das cuenta de la animalada que hiciste?

El muchacho estaba llorando. ¿Cómo pudo matar a su propia hija por semejante tontería? En ocasiones nuestra forma de pensar nos ciega hasta el punto en que sobrepasa al aprecio, al amor y, en general, a todos y cada uno de los demás…

-¿Qué puedo hacer? Es demasiado tarde para rectificar... La maté… y no volverá… jamás - dijo el chico. Sentía un dolor tan intenso en su pecho que por un momento creyó que lo tenía agujereado. Sentía dolor, remordimiento, pesadumbre, angustia, tormento, tortura interior, aflicción... un millón de sentimientos que iban desde lo más profundo de su ser hasta las puntas de su vello.

De pronto se dio cuenta que aquellos ojillos de mar tan risueños e inocentes le resultaban familiares, muy familiares. Una punzada atravesó su mente. Aquella niña era su hija… la niña con la que había compartido tantos y tantos momentos… la que le había hecho reír, llorar,… en definitiva, sentir… y ser.

-¿Papá? ¡Papá despierta! ¡Es hora de ir al colegio! Vamos, levántate, que voy a llegar tardeeeee… - dijo Marta agitando con insistencia a su padre como si de una campana al viento se tratara.

 -¿Dónde estoy? ¿Marta, estás viva? ¡¡Qué alegría!! – exclamó su padre levantándose de un salto de la cama y besándola fuertemente en las mejillas. No se lo podía creer. Estaba tan confuso... ¡Todo había sido un sueño!

Dicen que de las experiencias que transcurren en la vida, cuando estamos despiertos,  aprendemos a ser personas mejores pero… ¿y de los sueños? Quizás éstos estén estrechamente relacionados… Los hechos de la primera nos hacen reflexionar pero los sueños también lo hacen con fuerza y un ejemplo, sin duda, es el caso de este muchacho, el cual se sintió tan afligido por el sueño de aquella noche que cambió notablemente su forma de pensar y de actuar. FIN.

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